3.18.2014

María Fernanda Perez Tello

El teléfono sonó.
Era ella. 
Me dijo que ya estaba todo listo.
Tomó un largo suspiro, y prosiguió.
Nos vemos a la 1.

Me despedí en casa.
Me dispuse con mi sombrero en mano y libro hacia el aeropuerto.
Ella estaba allí, con su gran sonrisa.

Nos abrazamos y corrimos a tomar nuestro avión.

Después de una hora de vuelo.
Llegamos a esta hermosa isla en la punta de Colombia, donde todo es color y felicidad.
Bajamos del avión y él estaba ahí.

Empezó a reír a carcajadas.
Nosotras también, los nervios, calor y felicidad nos hicieron sentir vivos.

Sus dreads llegaban casi a la rodilla, tenia un pantalón oscuro y llevaba su camisa bien planchada.
Nos abrazamos, y nos dirigimos a su hogar.

En medio de todo el turismo, las calles llenas de frutas y árboles.
Al final de la calzada estaba su casita.
Llena de amor y detalles, reggae por doquier.

Bajamos un cocos, brindamos con ellos en la mano, y caminamos donde el mar toca la arena.
Nos sentamos frotando nuestros pies con el agua cálida que traía la marea.

Suspiramos de nuevo.
Nos quedamos en silencio hasta que el sol se escondió, bajo los nueve colores que representan el mar de San Andrés.

Después de renunciar a nuestros trabajos y emprender esta aventura de dos meses en esta isla.
Nuestra felicidad había vuelto a nuestros cuerpos.


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